Alacranes de
esperanza,
desgarran mi
alma,
sedientos de
fulgor,
aunque el
diluido corazón
gima en
lenta expansión y llora,
llora…
por los
días, sin años,
por las
arenas del tiempo,
por los
frutos perdidos,
y clama…,
clama, entre la espesura de su espíritu,
entre sus
heridas.
Ante el
negro destino que
apaga las
olas del deseo.
Desgarrando
la grieta sangrante,
del vendaval
corpóreo.
Y las lágrimas de cristal se agitan,
cual
estruendosas espadas
cayendo
duras e inertes hacia la mancillada tierra.
Entonces, valiéndome de la estrella roja
me agito,
me expando,
me diluyo,
me pliego,
suspirando
cual desangrada amapola.
Hundiéndome
en un remolino de espinas,
bebiendo del
cáliz, del polvo, de mi carne,
emergiendo,
transfigurándome, aleteando y volviendo a empezar.
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